🪡 Todx chicx debería… disipar la niebla de guerra 🪡
Una carta que acompañe vuestros paseos
“Por eso, en cierto modo, mientras caminaba [...] me sentía como si estuviera descubriendo Londres. Me fijaba en los nombres grabados en las paredes y en los muebles, puesto que a la gente le gustaba escribir su nombre, le gustaba dejar su existencia, y todos esos nombres me resultaban extraordinarios, indicios de un mundo más grande. Muchas veces he pensado que debe ser como cuando una persona pierde un diente, solo que Londres debía tener tantos dientes que tal vez nadie percibiera la diferencia”
(Carey, Los secretos de Heap House)
1. Agloe y otras ciudades de papel.
¿Sabíais que los cartógrafos del siglo pasado incluían ciudades falsas en sus mapas? Claro que lo sabéis, porque al igual que Nena habéis leído ese estúpido libro de John Green donde Cara Delevingne dio el salto a la gran pantalla. Bueno, por si no os pilló el boom de la novela romántica del 2015, resulta que algunxs cartógrafxs, para asegurarse de que nadie robaba su trabajo, elegían un punto aleatorio del mapa y se inventaban una ciudad. Las famosas “ciudades de papel”. Así, si alguien más ponía esa localidad en otro mapa sabrían que habían copiado su trabajo. Un poco la marca de agua de hace décadas.
Estas ciudades, ríos y montañas que no existían despertaron la curiosidad de la gente. Más que curiosidad, revivieron un deseo perdido de explorar sus entornos ¡había mucho que comprobar! Los mapas se habían desdibujado y un montón de exploradorxs, aunque fuera para disipar los rumores, se acercaron a esos lugares para comprobar si efectivamente existían o no.
Nena se pregunta cómo debía ser la vida cuando aún quedaban tantas cosas por desvelar. Cómo de emocionante debía ser conocer una parte tan pequeña del mundo e imaginarse el resto sin acceso a ninguna imagen, únicamente a través de narraciones que corrían de boca en boca ¿Cómo no imaginarse un elefante como un ser fantástico cuando alguien te lo trataba de describir? ¿cómo fabular sobre el mar si vivías a cientos de kilómetros? ¿qué forma darle a los árboles si tu casa estaba en un desierto? En 2005 salió al mercado Google Maps, persiguiendo la idea “revolucionaria” de crear un mapa en 360º. Así, hoy no hay -casi- nada que tu móvil, internet y el muñeco del street view no podáis saber.
Cuando Fanny llegó por primera vez a Barcelona, hace siete años, era incapaz de descifrar el mapa de la ciudad. De esa época guarda fragmentos desconectados de la cartografía urbana. Recuerda caminar Eixample arriba y abajo introduciendo en los mapas del móvil diferentes direcciones de pisos de alquiler, sentarse en la Plaça de Vicenç Martorell a mirar la gente pasar o comer queso frito en un bar brasileño que ya no existe cerca de los cines Renoir. Aunque a día de hoy Fanny es capaz de ponerle nombre y localización en el plano a estos lugares, durante muchos años no era capaz de unir esa plaza, ese trocito de calle, ese bar o esa esquina con los otros que conocía. Por mucho tiempo, la Barcelona de Fanny era un patchwork de lugares disociados. Cuando se topaba con ellos otra vez siempre se sorprendía: “Ah, vale, ya sé dónde estoy” y volvía a mirar el mapa de su móvil para tratar de integrar esa nueva información.
Fog of War (niebla de guerra) es un término que se empezó a utilizar durante las guerras del siglo XIX para hacer referencia a la incerteza que sentían los militares durante sus incursiones en territorio enemigo. En el siglo XXI, este término se ha trasladado a las dinámicas de muchos videojuegos: el mapa está cubierto por una densa capa de niebla y solamente cuando lo recorres se empieza a revelar su forma. Año tras año, Fanny fue incorporando todos los trocitos urbanos desconectados a una cartografía mental que corresponde únicamente a su experiencia de la ciudad y la de nadie más.
Hay algo satisfactorio en conocer una ciudad grande, en saber moverse con fluidez, en que se te ocurra un sitio increíble donde comer cuando alguien te pide recomendaciones en cierto barrio o un parque al que ir a tumbarte al sol en primavera. Las ciudades grandes son tan impersonales, nos pertenecen tan poco a las personas que vivimos en ellas, están tan capitalizadas, que las maneras que proponemos de recorrerlas tienen una gran carga identitaria. Es como ofrecer un trocito de nosotrxs y nuestras historias de vida al resto de personas.
Hace ya unos años, en un taxi de vuelta a casa desde una fiesta, Fanny miraba por la ventana mientras le decía a Nena: “Es como si siempre hubiera vivido aquí. Al igual que en Oviedo digo ahí está el calatrava, por ahí se va a la catedral, estoy sintiendo como si esta ciudad hubiera sido mi adolescencia”.
No sabe si era por las altas horas de la noche o porque llevaba muy poco en la ciudad, pero Nena recuerda ese recorrido como un laberinto de hormigón. En cada semáforo en rojo Nena intentaba pensar dónde estaba, pero todas los cruces le parecían el mismo. No había ninguna señal, y por aquel entonces, ningún recuerdo que la ligara con esas carreteras y le hiciera sentir no solo orientada, sino que pertenecía a esa ciudad.
Los mapas y los caminos que recorremos se fundamentan en dos principios: la orientación y el recuerdo. La orientación nos ayuda a situarnos, entender dónde estamos, llegar de un punto A a un punto B. El recuerdo nos ayuda a entender quiénes somos en el camino. Las calles, senderos y derivas se van conociendo a medida que los transitas, pero estos no se abren ante ti hasta que los inundas con la memoria, los pequeños relatos que en ellas habitan.
Cuando Fanny va a visitar a alguien a su ciudad no le pide conocer los grandes monumentos ni los sitios turísticos. Lxs amigxs de Nena han venido muchas veces a Barcelona y aún no han paseado por el Park Güell ni han entrado en la Sagrada Familia. Lo que estas escritoras buscan cuando viajan es entender qué significa para la gente que quieren aquellos lugares en los que viven. A Fanny y Nena les gusta que sus amigxs les enseñen el portal de la primera casa en la que vivieron, el parque donde tuvieron relaciones sexuales por primera vez o el centro comercial donde estaban cuando le llamaron para decirles que habían suspendido la selectividad.
Fanny, que siempre se le han olvidado las historias de las iglesias y las estatuas, se acuerda muy bien de todos estos pequeños relatos. Nunca recuerda exactamente hasta cuándo tal ciudad fue musulmana, qué comerciaban sus habitantes o por qué el tejado de la iglesia se había quemado, pero sí sabe que en tal solar antes estaba la librería preferida de su amigx. Le encanta conocer una ciudad, un barrio o una comarca, a través de los ojos de las personas que lo han habitado durante años. Así, es capaz de imaginarse la vida de sus amigxs cuando ella no está ahí para mirarles.
El proyecto de paseos confesionales Nos separa el puente y el río pone los deseos de Fanny y Nena en práctica e incluso los lleva más allá, sacándolos del círculo de las amistades más íntimas. Estas escritoras no han podido asistir a ninguno de los paseos porque les pillan a cientos de kilómetros de distancia, pero lo que propone su creadora, Laura Nadeszhda, es acompañar a desconocidxs en rutas íntimas premeditadas (es decir, en muchas ocasiones con audiodescripción y cascos incluidos) por aquellos espacios urbanos que les han marcado en un sentido u otro. Por ejemplo, este paseo en que el guía llevó a sus acompañantes a las direcciones de las ocho casas en que vivió desde que se mudó a Madrid, o este otro en que la guía mostró a sus pequeños turistas todos los lugares en que había intentado romper con su expareja.
Fanny y Nena sienten que acompañar a desconocidxs por calles, subterráneos, parques o descampados que no conocen de la ciudad debe ser muy parecido a aquello que sentían lxs exploradorxs de los años 30 cuando iban a buscar una de las supuestas ciudades de papel. El deseo de pasear parece algo tan inocuo e inofensivo que parece imposible que a través de experiencias propias pero también colectivizándolo se puede volver una herramienta política contemporánea.
2. Manzana del Santerrante: hay que perderse para encontrarla
“Me gustaría que mis pensamientos, como las manzanas silvestres, fueran alimento para los caminantes”
(Thoreau, Las Manzanas Silvestres)
Hay un momento del paseo, entre el atardecer y la hora azul, que parece que el mundo se congela. Es un misterio que siempre coincide con la vuelta a casa. Ya puedes estar volviendo del trabajo en invierno o de la playa en verano, durante un segundo, parece que todos los colores se han vuelto más brillantes. Parece que los pájaros vuelan más lento y lxs niñxs juegan más despacio. Algo en el aire se mezcla con el olor y todo parece conocido y nuevo a la vez.
El autor de Walden, dejando a un lado el debate sobre si fue un fraude o no, tiene un libro mucho más interesante llamado Las Manzanas Silvestres. El manuscrito es simplemente un diario de sus paseos donde apunta todas las manzanas que se encuentra e imagina su historia. La manzana de las Vías, que nació de un corazón de manzana tirado desde un vagón de tren, la manzana Templada-helada, que solo debes comer en diciembre, la manzana de la Babosa o la manzana del Santerrante, la cual debes perderte para poder encontrarla. Así, el autor se pregunta, al igual que en su libro Pasear, qué es aquello que nos invita a iniciar el camino.
¿Qué es pasear? ¿Puede el paseo tener un destino o un objetivo? ¿Tiene el paseo un ritmo asociado? ¿Se puede pasear en cualquier lugar? Para Fanny y Nena el paseo tiene que ver con el ocio por el ocio, el placer de existir. El paseo siempre es el centro de la actividad, podemos “ir paseando” a algún lugar, pero el destino será simplemente una excusa para la caminata. Pasear tiene que ver con estar presente en el momento, únicamente en ese paseo, como si volvieras a despertar tras unos días en automático. También con mirar las cosas a tu alrededor como si las vieras por primera vez. No tienes nada que hacer más que moverte. No te exiges nada más que pensar si en el siguiente cruce vas a la izquierda o a la derecha.
Os habéis dado cuenta de que la gente sale a pasear cuando siente algún tipo de emoción que tiene que canalizar. Pasear para “despejarnos”. ¿Qué están muy enfadadxs? paseo, ¿están muy tristes? Paseo, ¿qué necesitan pensar las cosas? paseo. El paseo se convierte en un camino donde lo importante no es a dónde llegas, si no ver cómo la persona que eras cuando lo has empezado no es la misma que aquella que lo termina.
Para Nena los paseos han sido la excusa para hablar de temas importantes. Parece que la gente se abre más en movimiento, como si se atrevieran a decir andando lo que no pueden decir sentadxs. Igual tiene que ver con mirar al frente, o con el tener el cuerpo ocupado, pero nuestra boca se pone a funcionar y se hablan aquellas cosas que lo estático no nos permite. Paseando se han hablado los grandes temas de la vida de Nena. Su padre nunca se atrevería a confrontarla frente a frente, sus conversaciones siempre se han dado en un coche en movimiento como si la mirada fija en la carretera rebajase la importancia del tema. (¿Y ese novix tuyo quién es?). Su madre siempre la invita a dar una vuelta en lugar de sentarla incómodamente en la cocina para preguntarle cualquier cosa sobre su vida. Así, se ha encontrado en centros comerciales, rutas por el bosque y en general, sitios de paso abordando casi todas las preguntas incómodas de su vida.
La idea del paseo es muy diferente si vives en una gran ciudad de 8 millones de habitantes, en una de 200.000 personas o en un pueblo en el que solo vives tú. Para Fanny pasear por Olivares, el pueblo al lado del que viven sus padres implica hacer un recorrido que ya ha hecho un millón de veces, pero en el que todo cambia entre una estación y otra. Pasear por Olivares es fijarse en las lagartijas cuando es verano, tener cuidado de no pisar los caracoles si ha llovido, recoger moras si es septiembre o llevar pan duro a los caballos si hace frío. Es cierto que, aunque haya hecho ese camino cientos de veces, la geografía de lo rural frente al hormigón ofrece un ecosistema de posibilidades distinto.
En el campo, las caleyas y caminos del deseo el paso del tiempo no te lo indica el cierre de comercios y la apertura de otro nailbar, sino la altura de la hierba y el estado de las verduras en los huertos. Te lo indican las plantaciones de maíz y la bajada y subida de los vaqueiros.


Aún en constante movimiento, cambio y desarrollo, un sentimiento estático atrapa los grandes núcleos urbanos y nos cuesta imaginarnos rutas apetecibles que nos hagan entender y ser parte de una ciudad. ¿Cómo pasear entonces? ¿cuál es el incentivo de hacerlo? ¿acaso nos dejan nuestros ritmos de vida urbanos pasear? ¿cómo podemos trazar rutas que nos alejen de lo subterráneo y nos inviten a buscar las manzanas del Santerrante?
Desde Todx Chicx Debería os animamos a trazar vuestros mapas, a reflexionar sobre vuestros caminos. De qué maneras vais al trabajo, qué edificios cruzáis para ver a vuestrxs amigxs, cuáles son las leyendas que ocultan vuestros barrios y qué niebla de guerra os queda aún por disipar.
3. ¡Vaya! Creo que no es por aquí: el paseo como imposible
“Una o varias personas que se entregan a la deriva renuncian durante un tiempo más o menos largo a las motivaciones normales para desplazarse o actuar en sus relaciones, trabajos y entretenimientos para dejarse llevar por las solicitaciones del terreno y por los encuentros que a él corresponden.”
Internacional situacionista, 1960
El último videojuego de mundo abierto que Nena terminó fue el Horizon Zero Dawn, en la mismísima pandemia. Para aquellxs que no os vaya mucho el rollo, un videojuego de mundo abierto es aquel que permite a lxs jugadorxs la posibilidad de moverse con libertad por un mapa virtual, en muchas ocasiones, inabarcable. Transitándolo, te alejas de la trama principal del juego y recorres caminos y caminos de píxeles donde descubrirás personajes secundarios, te enfrentarás a subtramas innecesarias para completar la partida o encontrarás todos los coleccionables que esconde el mapa.
Si algo “bueno” nos dio parar por completo nuestra vida durante varios meses fue la posibilidad del descanso sin culpabilidad. Nena siempre siente que llega tarde a todas las cosas. Siempre hay algo que hacer, algo que limpiar, algo que entregar o una cita que atender. Por eso, los videojuegos de mundo abierto le suponen un reto y le hacen sentir muy culpable. A diferencia de los juegos lineales, donde sigues una historia a través de mapas determinados y caminos inamovibles, los juegos de mundo abierto te exigen paciencia y, lo más importante, tiempo. Tiempo para recorrer sus caminos, conocer sus secretos, entender mejor la historia y conseguir finales alternativos. Nena recuerda ver a su hermano jugando a estos juegos durante toda su infancia. Tuvo la suerte de conocer todos los mundos a los que jamás habría viajado de no ser por aquella máquina enchufada a un viejo televisor de tubo. Conoció la vida que aún quedaba en el desértico Yermo del Fallout 3, sabía cómo era el paisaje de Armadillo a Río Bravo en el Read Dead Redemption y cuando viajó a Florencia a ver a su amigo Jorge lo primero que pensó fue “ah, así que estas eran la calles por donde se escondía Enzo del Assassin’s Creed II”. Los juegos de mundo abierto fueron sus primeros vistazos a un universo nuevo. Estos nos invitan al placer de pasear por pasear, dándonos un sentimiento de libertad y premiándonos por conocer sus misterios, esperando a la sorpresa que nos aguarda en cada esquina.
Como siempre, todo se relaciona con la explotación laboral, la autoexigencia y la culpa. ¿Cómo voy a tener derecho de disfrutar de una consola, si no he tenido tiempo para hacer todo esto que tengo que hacer? Para Nena, sobre todo desde que no vive con su hermano, el juego se ha convertido en una actividad puntual, un disfrute temporal al que dedicarle, como mucho, 20/30 minutos al día, lo que para este tipo de experiencia se reduce a un escaso porcentaje de la historia. El pasear, ya sea a través de bits o por tu barrio, se vuelve una tarea difícil en un mundo que premia la autoexigencia y deja de lado los placeres banales.
A Fanny, la pandemia le pilló en medio de un máster online. Durante meses, toda su vida transcurrió en el entorno virtual: trabajaba desde el ordenador, hacía las clases y redactaba las entregas con la misma pantalla. Fanny siempre ha sido una morning person (y un poco analog person aunque no lo parezca) con lo que, durante los meses de toque de queda, esta escritora utilizaba las últimas horas del día para salir a respirar un poco de aire fresco. Por aquel entonces, la mayoría de los establecimientos estaban cerrados así que después de pasarse las tardes de los viernes y los sábados leyendo y redactando, Fanny empezó a salir con -el muchas veces mencionado- Jaime a caminar sin rumbo fijo por Barcelona.
¿Nunca os ha pasado que llegáis a un lugar de la ciudad en que jamás habíais estado e inmediatamente os sentís en paz? ¿O que ciertas calles os hacen sentir más main character que otras? ¿O que ciertas arquitecturas os generan tranquilidad o incomodidad? ¿O que os sentís inevitablemente atraídxs hacia un bar vacío e iluminado en una esquina? ¿O que un edificio de viviendas os invita a imaginaros una historia con inicio, nudo y desenlace?


Siguiendo este tipo de intuiciones, pálpitos, corazonadas, Jaime y Fanny empezaron a gamificar sus paseos. Intentaban llegar a barrios cada vez más alejados de su casa pedaleando con sus bicis de vuelta una vez el reloj había dado las 22.00h. Persiguiendo un presentimiento se adentraban en las zonas comunes de los bloques de edificios. Así, crearon una cartografía de portales: a Fanny le encantan los portales, especialmente los setenteros que tienen relieves en las entradas con imágenes campesinas u obreras. Cada vez que ve uno, se pone contenta. Durante aquella época descubrió todas las diferencias entre los portales de la zona alta de Barcelona. Llegó a descubrir uno que tenía un pozo dentro tapiado.
Fanny no sabe si se debía a que la ciudad estaba vacía y apenas había nadie caminando por la calle, a que todos los negocios estaban cerrados o a que durante esos meses oscurecía muy pronto, pero durante aquellos paseos Barcelona parecía todas las ciudades y ninguna a la vez. Así, cualquier imagen podía ser un disparador. Un edificio de hormigón inmenso con una pizzería en los bajos comerciales les hacía imaginar la historia de un hombre italiano que se había mudado a Noruega y tras sentirse solo durante meses, se había ganado el cariño de sus vecinxs gracias a sus habilidades con las tijeras, ofreciendo cortes de pelo gratuitos e inventando un nuevo concepto: la pizza de salmón. La historia concluía con una secuencia épica en la que el pizzero bailaba Senza un perchè. en la fiesta de final de curso del colegio local, acabando de encajar en la comunidad.
Lo que hacían Fanny y Jaime no estaba lejos de lo que habían propuesto hace décadas lxs situacionistas y Guy Derbord (sí, my fellow estudiantes de humanidades, el autor de La sociedad del espectáculo) Durante los años sesenta, este grupo se interesó por traducir las reivindicaciones de las vanguardias a la vida cotidiana. Una de sus propuestas más conocidas es la de la deriva, un método de paseo anti-productivista, lúdico e ininterrumpido que carece de finalidad. Las motivaciones que tienen sus caminantes para hacer un giro, pasar por un subterráneo o entrar en una calle están vinculadas exclusivamente a seguir aquello que ha despertado su atención dando lugar a nuevas maneras de vivir la ciudad.
Hace justo un año que la OMS decretó el fin de la emergencia por la pandemia. Con la vuelta de los ritmos pre-COVID, lo cierto es que Fanny y Jaime no encuentran momentos para seguir descubriendo la ciudad. Una deriva no es una cosa que se pueda encajar como un tetris entre otros planes, sino que requiere toda una tarde por delante y ganas de entrar al juego. Fanny y Nena creen que hacer una deriva, pasear o caminar sin rumbo -aunque estas tres cosas sean muy diferentes entre sí- requieren de una gramática vital radicalmente distinta a la que estamos aceptando vivir.
¿Os acordáis cuando de adolescentes quedabais con vuestras amigxs sin ningún plan preestablecido? ¿Cuando os ibais a buscar a casa y caminabais sin rumbo fijo con una bola de pipas tijuana contra el mundo? Era tan fácil echar la tarde dejándose llevar por lo que vuestra ciudad o pueblo tenía que ofrecer. Colarse en en la casa abandonada del pueblo o meterse en un edificio a medio construir de la ciudad. Usar esos lugares como escenarios y guaridas para vuestras historias. ¿Cómo recuperar este tipo de paseos tan fabulativos sin caer en la nostalgia y encajarlos en un ritmo de vida que nos exige más?
Desde Todx Chicx Debería os animamos a trazar vuestros mapas, a reflexionar sobre vuestros caminos. De qué maneras vais al trabajo, qué edificios cruzáis para ver a vuestrxs amigxs, cuáles son las leyendas que ocultan vuestros barrios y qué niebla de guerra os queda aún por disipar.
¡Fanny y Nena esperan encontraros a medio camino!
Hasta la próxima <3
¡¡¡¡Vamos Jose!!!!
aaaaa echaba de menos leeros, q ganas d pasear con vosotras camino a algún antro os amo <3
ola de nuevo amigas ! os echaba de menos . espero con ansias converger con mis coleguis en sus ciudades y pueblos para q me hagan un tour al más puro estilo civitatis : x el supermecado donde roban, la esquina donde fantasean darse un beso con alguien o el banco donde ven a lxs vecinxs pasar.
un abracínnn ᕙ(`▿´)ᕗ